Pobres seres

HAY MUCHA gente que se siente llamada a visitar los juzgados. Quizá por vocación natural, o judicial, o demandataria. O acaso por otras razones que nada tienen que ver con sus casos respectivos. Una simple –y no inesperada– disminución en el personal de los juzgados organiza el gran tumulto del amontonamiento y la prolongación de las colas. Qué satisfacción (!) da pensar cuánto nos influimos unos a otros, qué fraternidad, qué circulación participada, cuánto influye entre nosotros que desaparezca en Japón una mariposa... La raza humana quizá no sea la que mejor funciona, pero qué machihembrada, por así decir, está. El aleteo de esa mariposa en Japón acaba por tener efectos en un patio de Córdoba (que la Unesco declaró, por fin, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad). Acaso por fortuna: pensémoslo así y sufriremos menos. Porque no estoy seguro de que el ser humanos nos autorice a sentirnos orgullosos. O no en todo caso. Ni siquiera en los más frecuentes. Y menos aún en los juzgados. Yo estuve, con la dictadura, frecuentemente en ellos. Luego, cuando trataron de matarme: no se puede gustar a todo el mundo. Y menos aún a Carnicerito de Málaga, alias Arias Navarro.